8 de octubre de 2009

25 horas diarias.

Vagué sola bajo la lluvia, las gotas caían y resbalaban por mi chaqueta, no era un chubasquero, era una simple chaqueta de lana, la había cogido rápido del armario. Eran las once menos cuarto. No aguantaba más en casa. Mis padres me reñían más que nunca. Y él no aparecía. Tenía ganas de verle. Me llevaba dos años, unos diez centímetros de estatura y un curriculum mucho más extenso en relaciones. No entendía en porque se había fijado en mi, qué tenía yo que no tenían las demás. Nunca me había dado cuenta de la existencia de Travis hasta que escuché que estaba con otra chica, una insoportable, que no hacía más que absorberle el cerebro. Íbamos juntos todos los días hasta nuestra casa. Las conversaciones eran varias, le gustaba mucho el skate, y siempre iba al skatepark que había cerca de nuestra casa. Pensé en ir allí, fue donde nos dimos el primer beso, donde me dijo que me quería, donde le vi hacer skate todas las tardes del verano, y del invierno también. Me gusta la relación que tenemos. Amigos, pero algo más. Siempre, ante todo, amigos. Es difícil de explicar, pero cuado quieres a alguien, y ese alguien ha sido tu amigo durante mucho tiempo, tienes un pequeño miedo, porque si ocurre algo la relación se rompe. Nosotros teníamos claro que eso no sería así, siempre juntos.

Llegué hasta el skatepark, no había nadie, era normal, llovía a cantaros. Me senté en el suelo, a la espera de no sé bien qué. Alguien me tocó el hombro. Me giré.

-Adrienne, ¿Qué haces aquí?

-No lo sé bien. Quería evadirme de todo…

-Entonces, ¿me voy?

-No, no, quédate.

-Es raro.

-¿El qué?

-Pensar que hace unos meses, dos exactamente, eras solo una amiga, y ahora eres la persona con la que quiero compartir mi vida… -me le quedé mirando. Sus rasgos eran tan perfectos, alto, medía 1,75, moreno, ojos verdes. El hombre soñado vamos. Y era para mi. ¿Injusto? Tal vez. Pero elegía él. Y si Rachelle me odiaba… pues bueno, nunca se puede estar a gusto de todos ¿no? Llorar fue el siguiente paso. No eran lágrimas de tristeza, sino de alegría- ¿Qué pasa, Adri?

-Te quiero… -me levanté y le abracé con fuerza- no, es más, quiero estar contigo cada segundo de cada minuto de cada hora de cada día –cuando vi la cara que puso, decidí rectificar un poco- Bueno, quizá no tanto –me empecé a reir.

-Me parece perfecto, porque quiero estar contigo a todas horas, las veinticinco diarias…

-¿Veinticinco?

-Doce de día, doce de noche y una de amor –le sonreí y le besé- Te quiero.

-Yo a ti también –aquel beso, el primero de nuestra vigésima quinta hora, fue el más largo de todas las vigésimas quinta horas de todos los días.

1 comentario:

Vanille Galaxy dijo...

25 horas de amor, yo también quiero uno de esos :)

Muás!