6 de septiembre de 2009

Una soledad para dos.

Una gota sobre mi pelo. Sobre mi nariz. Sobre mis piernas enfundadas en esos apretados vaqueros. Sobre mis nuevas deportivas. Sobre el jersey... Comenzó a llover, pero yo seguía ahí, esperando. Parecía una loca, sentada en el suelo, en una esquina cualquiera de Londres. La gente pasaba me miraba o apartaba la mirada, parecía indignada por que yo con unas bonitas Raiban y alguna que otra prenda de marca estuviera tirada en aquel suelo sucio y algo húmedo. Nadie paraba. De vez en cuando me sonreían, e incluso hubo un hombre que me echo una moneda, 50 peniques, que solidario...
-¿Qué haces ahí? -una voz masculina me sobresaltó, parecía divertido, pero a la vez era una voz firme y segura.
Me encogí de hombros. No sabía bien que esperaba.
-Te estoy hablando. Contesta. No sabes quien soy, ¿no?
-Sí, sé quien eres. Y no, no sé que espero.
Un chico rubio, pelo alborotado, ojos verdes, unos vaqueros anchos unas deportivas y una camiseta, roja, con pequeñas manchas negras.
-Vas a mi clase de Inglés.
-¿Y que esperas? Si, exacto voy a tu clase de inglés.
-¿Qué espero? Ya te lo he dicho no lo sé.
-Pero, es algo extraño, ¿qué crees que estas haciendo aquí sentado?
-Esperar a alguien que me quiera -su risa me inundo, era irónica, pero a la vez parecía insegura.
-¿Y qué? ¿Vienen muchos? ¿Por qué esperas?
-Bueno, de momento solo se ha sentado un idiota. Porque me he cansado de buscar, quien me quiera que me encuentre.
-Con que idiota ¿eh?
-Si, solo uno. Bueno, un señor me ha echado una moneda ¿sirve?
-Si te pagan, ¿es amor? No, no lo creo, ¿no?
-Espero a la persona que me quiera sin pedirme nada a cambio, tan solo que le quiera. Al igual que no le pediré nada a cambio.
-Oh, eso es precioso... que pena que el cuento ya haya terminado.
-Aun no ha empezado, idiota.
-Bueno... te propongo un trato.
-¿Cual?
-Ven conmigo al puente.
-Sabes lo que son los tratos ¿no? Yo hago algo si tu hace otra cosa. Y eso solo es una cosa.
-Ven conmigo al puente y te compraré un perrito caliente.
-Está lloviendo...
-¿Y qué?
-Que no habrá nadie...
-De eso se trata.
-Bueno, no tengo mucho más que hacer...
El chico era callado, algo solitario, iba de duro pero a la vez parecía dulce, su nombre era bonito, Matt. Yo tampoco era muy extrovertida, casi siempre estaba escuchando música, o hablando con mis mejores amigas. Pero, ¿en qué pensabas, Andie?
Llegamos al puente, en la mitad de el paramos.
-Esto... te propongo algo...
-¿Qué?
-Toma -me dio una moneda. 5 peniques.- ves allí, me señaló un trozo del puente, y yo aquí, tírala, y pide un deseo.
-Está bien.
-Antes de eso... -me cogió y me besó.
-Yo... -me empujó dulcemente hasta ese lado del puente, aun atontada, sujeté la moneda con fuerza, pensé bien mi deseo.
-¿Ya?
-Si.
-Bien, suéltala.
Y la solté. Solté aquella moneda, y cerré los ojos, vi como se metía en el agua, y el viento me tocaba la cara.
-Sabes, tenemos una soledad para dos, ¿quieres compartirla?
-¿Todos los días?
-Si. Una soledad para dos, suena bien, ¿no?
-Suena perfecto. -Me besó.

1 comentario:

Pauliña dijo...

esta fué la historia más bonita que jamás he leído.