7 de septiembre de 2009

A.

Asié la cuchara para comer la sopa pero mis dedos no la podían coger, la cuchara no fue la única que huyó de mis manos, lloré, lloré como nunca lo había hecho, me tumbe en el suelo de mi habitación, me estaba debilitando y no podía hacer nada.
Oí los golpecitos de las gotas en mi ventana, a su vez oía un sonido más fuerte y particular, miré a la ventana y vi como alguien lanzaba piedras, me asomé, allí estaba su silueta, mojado, supe quien era enseguida, le hice un gesto para que fuera hasta la puerta de atras.
Baje como pude, abrí la puerta y lo dejé entrar.
-Hola- dijo agotado y empapado- siento las horas que son pero...
-No importa, no estaba dormida- le interrumpí.
-Estás palida, ¿qué pasa?
-Nada... no me encuentro muy bien...- dije con poca convicción.
-Mi madre me ha echado de casa- asió mi mano y la agarró fuerte- no tenía otro sitio...- siguió.
-Eres bien recibido aquí, mis padres no estan, quiero compañia.
Pasamos la noche acurrucados en mi cama, no concilié el sueño, aunque me gustaba escuchar su corazón, pero él sabía lo que ocurría.
Al levantarme, mi cuerpo se tambaleó y caí al suelo, me cogió como pudo, me secó las lagrimas.
-¿Qué te pasa?
-Yo... no lo sé, los medicos no lo saben, pero no hay mucho tiempo...- le vi llorar, era la primera vez que le veía así.
-Te pondras bien.
-Han dicho que no lo notaré, pasará sin más.
Me abrazó fuerte, los dos llorábamos, escuche su corazón, sin dudarlo le bese.
-Te amo- le dije.
-Y yo, siempre lo haré...
Le noche siguiente, después de cenar, subimos a mi habitación, yo me tumbé en la cama, y el a mi lado, me dormí y nunca desperté.

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