9 de septiembre de 2009

La mujer que envejecía.



Aquella mañana era distinta, algo la hacía sentir raro, pero no sabía qué.
Su ropa para aquel día estaba donde siempre, mientras se miraba al espejo vio otra arruga, una más para la colección. Antes de ponerse la blusa vio como sus pechos se caían, dichosa gravedad. La celulitis de sus glúteos era abundante. Cuando terminó de cambiarse se sentó en la mesa de la cocina, con sus taza de café como hacía cada mañana desde hacía casi treinta años. Ya tenía cincuenta años, se hacía vieja. Era algo que le costaba entender, la vejez, no lo sabía afrontar. Matt, su marido la despidió aquella mañana con un beso, uno suave en los labios, su sabor era especial, como nunca. Ahora sabe que envejecer no es malo, solo hay que admitirlo, y es más fácil si lo haces con una persona a la que amas.

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