19 de enero de 2010

Un caramelito con sabor a amistad.

Pequeñitas, si. Aunque tuvieran treinta años siempre serían aquellas de quince y dieciseis que jugaban a vivir la que, ahora más que antes, nunca fue su vida.  Vivian en un ático en el centro de Londres, un buen trabajo en un bufete de abogados mantenía los caprichitos de An, Mel solía decirla que era una caprichosa que lo quería todo. Ella la respondía: 'Si, si, caprichosa pero cuando te traigo regalitos no dices eso'. Y se reían, y lloraban -siempre de risa-, recordando viejas batallitas, como las ancianas, pero estas eran jovenes.
-Mel, dile a tu novio que me deje -An hablaba entre carcajadas, mientras Luke la hacía cosquillas.
Pero él seguía con lo mismo.
-Mel -An, entró en su habitación una de esas noches que estaban solas en casa, ella estaba triste, la acababan de llamar, su abuelo no lo estaba pasando muy bien.
-Pequeña, ven aquí -la abrazó- ¿quieres un caramelito? -abrió una pequeña cajita que tenía en la mesilla y, aunque fuera un simple caramelo, a la pequeña le supo a amistad.

1 comentario:

Anónimo dijo...

mmm..dulces caramelitos, que esconden mis penas..