8 de febrero de 2010

Hugo veía la pequeña lágrima que caía por la mejilla de Ana, no sabía que hacer. Estaba confundido, aturdido, algo embobado, ya que nunca la había visto llorar de tal manera. Le gustaba mirarla cuando se terminaba los libros ya que la chica lloraba como una magdalena, pero no por amor. Amor mentiroso, amor que duele, amor que no es ni amor, amor que sabes que algún día terminará pero que guardas por miedo. El, cansado de verla así la abrazo despacito como si fuera una de esas muñecas de porcelana que parecen que se van a romper con tan solo mirarlas. La secó las lagrimas casi sin mirarla a los ojos, clavando sus bonitos ojos azules en la frente de Ana. Cuando terminó, decidió volver a hundirse en el marrón verdoso de los ojos de la chica, con miedo bajó la vista, miedo quizá a que volviera a echarse a llorar. Hacía mucho que Ana no encontraba a una persona tan especial como Hugo. Una pequeña –pero importante- puertecita se abrió entre ellos, la amistad.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

¡qué cielo de hombrecillo!

Radamanthys dijo...

Vaya tipo, alguien muy comprensible.

Ayrton Vargas